Despedidas con sabor agridulce

Un punto y final a una etapa de la vida. Qué ganas, qué pierdes y qué es lo que te espera.

Los menores que llegan al Centro en sus primeras semanas verbalizan las ganas que tienen de irse, el rollo que es estar en un Centro y los compañeros que le han tocado “todos niños chicos o adolescentes que no saben de la vida”. Con el paso de los días esas mismas menores se dan cuenta que ni tan mal. Se estabilizan, empiezan a ver a través de la venda que traen. Se vuelven menores dulces y cariñosas, atentas y educadas. Hasta su aspecto físico cambia, viéndose chicas saludables, coquetas y sonrosadas.

Pero todo tiene un principio y un final, y es que cuando llega el esperado día, la despedida, ese que anhelaban al comienzo de su ingreso, un torrente de emociones les invade. Tanto a ellas como a sus compañeros y profesionales, ellos que han estado ahí en sus momentos buenos y no tan buenos, que han sabido sacar lo positivo de lo negativo y hacerles reír de sus errores, porque todos los cometemos y no pasa nada, siempre que seas capaz de rectificar y cambiar.

Es en la despedida, la gran fiesta, en la que todos alrededor de una mesa meriendan, cantan, bailan y recuerdan los momentos vividos, esas redecillas que se solucionaron con risas y llantos. Cada menor reflexiona sobre su estancia en el Centro, cómo llegó, cómo se encuentra, qué ha aprendido.

Tras el éxtasis que provoca esta gran felicidad, durante la noche afloran las dudas del cómo será estar fuera, pues cuesta soltarte de la mano que tantas veces te ha cogido fuertemente, para que no decaigas y abandones, la que te da ánimos y esperanza. Esa mano que te despide y te dice hasta pronto, nos volveremos a ver en el camino de la vida. Te tira besos desde la puerta y te desea lo mejor.

El dilema de la despedida que se lleva algo de ti y te deja algo de ellos. Ahí están como días señalado del calendario. La despedida con sabor agridulce.