LA SUERTE DE UN MAESTRO DE MENORES EXTRANJEROS NO ACOMPAÑADOS Por José Ángel Grau Fernández – noviembre 8, 2019

La fortuna de ejercer la profesión de maestro es que siempre te encuentras con un alumnado que devuelve con creces lo que inviertes en ellos. Existen varios campos donde ejercer la profesión: educación especial, mi debut en Inglaterra; educación infantil, donde me sorprendió lo que son capaces de aprender los pequeños; educación secundaria, que me agració con buenos alumnos en San Pablo de Buceite, así como algunos escarceos en Inglaterra o en la enseñanza de idiomas; formación básica a personas adultas, normalmente jubiladas; español para extranjeros; y lo que quizá más ha hecho sentirme realizado como docente: la enseñanza de español en un centro de menores extranjeros no acompañados (M.E.N.A.). 

Al inicio del curso me producía una motivación extra por el desconocimiento de la enseñanza en cuestión, las características del alumnado y el temario en sí. La primera decisión que tomé fue la de desplazarme a dar las clases al centro de menores, ya que en años anteriores habían tenido problemas con los vehículos de desplazamiento hacia mi centro. No pude tomar una mejor decisión…

Entre mis alumnos, todos niños de 17 años, excepto uno de 16, la variedad va desde un alumno que no sabe escribir hasta otro que es de altas capacidades. El niño al que estoy enseñando a escribir tiene los ojos grandes y es muy noble. En su país era pescador. Le apasiona el fútbol, es un ferviente seguidor del Chelsea y tiene una sonrisa contagiosa. Muy contagiosa. Dicen que todos en Gambia y Senegal lo son y conoce especies de peces que jamás vi. Su disposición para aprender es impresionante. Su motivación, inagotable. Hemos empezado de cero, trazando, copiando, aprendiendo a empezar a trazar las letras, poner el dedo entre palabras para separalas… Como maestro, es una maravilla poder influenciar de esta manera. La primera clase de informática que le di cogía el ratón con miedo… Le sudaban la manos… Sus ojos brillaban, con sed… Sed de aprender… Todos los días, sin excepción, no se va de clase sin decirme “gracias”. 

Otro de los chicos es de Mali, se sienta al lado de este, y tiene una sonrisa perenne… De esas que abren las puertas. Pero tras unos días, descubrí que tras esa sonrisa se escondía un niño super tímido, a quien su inteligencia le había empujado a dejar que la bondad de sus compañeros, quizá más avispados, le tradujeran todo. Su disposición era la de desconectar y no prestar atención. Sin embargo, un día le dije: “si siempre dependes de ellos, cuando salgas de aquí tendrás que trabajar el doble para pagar a tus traductores”. Al día siguiente, su cambio fue radical. Sus compañeros no tienen permitido traducir. A mí, su maestro, me sobra paciencia para repetir las cosas mil veces, gesticular, señalar… pero con la intención de que aprenda, de que sea libre. 

Su mejor amigo también es de Mali y es un primor. Tiene 17 años y le preparo la Enseñanza Secundaria. Su inteligencia y facilidad para adquirir los conocimientos es fuera de lo común. Su modestia, su educación, sus valores, respeto, disciplina… Es una suerte para mí haber dado con este alumno. Quizá lo que más me sorprendió, un día, fue que supiera el pretérito pluscuamperfecto de un verbo que pregunté al azar. “¿Cómo lo sabes?”, le pregunté, estupefacto. “Me gusta leer libros de lengua española”, contestó con suma humildad. Junto a él viene un chaval de un país que nunca había escuchado, Guinea Konakry. Buen futbolista, compite en la liga juvenil con un club cercano. Su inteligencia, a pesar del cansancio acumulado: trabajo, entrenamientos, escuela… es una presea a la que trato de sacar brillo, brindándole más conocimientos y tratando de estar a la altura de tanta avidez intelectual. Ojalá ambos consigan el título de ESO y puedan en un futuro optar por la Universidad o la Formación Profesional.

Otro de mis alumnos es especial. Hace pocos días me dijo que quería escribir una carta de agradecimiento a una persona que le había ayudado, en perfecto español, y si yo le podía ayudar. Desde el primer momento noté que era rebelde, luchador, con carácter. Hablé mucho con él los primeros días. Me dijo que los españoles no querían a los chicos como él. “¿Y yo?”, le pregunté. “Tú no; tú eres diferente. Pero los demás…”. Le expliqué que como yo había muchas personas y que si yo estaba allí era por el gobierno de mi país, que se preocupaba para que aprendieran la lengua y conceptos culturales de España. “¿En cuantos lugares de España has estado para hacer es afirmación?”, le pregunté. “Solo aquí”, me dijo. “Entonces ten por seguro que eso no es así. Hay millones de personas que te respetan”. Otro día me dijo que había chicos que se escapaban del centro, ya que las puertas están abiertas. Le comenté que nunca hiciera eso. Que en el centro estaba protegido y que allí le pueden ayudar a buscar un trabajo y a mejorar su español. Que no tuviera prisa por huir… Me detalló cuál había sido su camino hacia el lugar en donde se subió a la patera. En autobús desde Bamako, pasando por países que ni él conocía: Burkina Faso, Níger, Argelia y Marruecos. Toda una Odisea con tal de huir de la guerra en que está sumido su país… Cuando vimos las calles de Bamako a través de Google Earth, él no lo podía creer. Este muchacho agradece cada corrección, todo lo que aprende y su respeto hacia mí es inigualable. Es un líder, un protector de sus compañeros. Si yo tuviera alguna influencia literaria, sin duda sería el protagonista de una novela o de algún guión cinematográfico.

Otro de mis alumnos es de Senegal y quiere trabajar de pescador. El primer día se sentó atrás y andaba despistado. Le dije que al siguiente día se sentara más cerca de mí y siempre se sienta en el sitio más cercano al mío. Su esfuerzo por aprender es hercúleo. Aprende rápido, como una centella y, como el resto, están antes de la hora de inicio y nunca miran el reloj para irse. Este chico llegó el primer día con un compatriota, ataviado con colgantes un tanto disonantes. A pesar de su apariencia, no tardé en percatarme que era muy tímido y que los más fuertes se reían de él. Lo corté de raíz, lo de las risas… Sorprende cómo en esta sociedad los más fuertes van ganando terreno a los más débiles. Pero ahí está la figura del maestro, para explicar, insaciablemente, que tienen que usar la empatía. Ellos no se dan cuenta: ni los débiles, ni los fuertes. Es puro instinto de supervivencia. Pero he ahí la explicación. “¿Te imaginas que alguien se ríe de ti porque no hablas bien o porque eres de otro país?”. Y todos lo entienden rápido. “Nos podemos reír, pero juntos es mejor”. 

Hay tres chicos que se sientan juntos. Uno de los muchachos es rebelde adolescente, se parece a Neymar y aprende rápido, con inteligencia. No falta nunca a clase. Quiere ir de fuerte, normal en una sociedad que le ha empujado a jugarse la vida subido en una patera para sobrevivir, con un futuro incierto. Su compañero de pupitre es muy correcto, le gusta que le llamen por su apellido y jamás le he tenido que llamar la atención. Es muy obediente y respetuoso y, como el resto, nunca se va sin decirme gracias, darme la mano y golpearse el pecho. Es un ritual. El tercero es más rebelde. O lo era. Hasta que un día le expliqué que no era necesario que viniera más si no estaba interesado. Al día siguiente, se sentó en primera fila y cambió. Jamás volvió a bostezar, ni a estirar los brazos en señal de pereza, ni a reírse de sus compañeros, ni a interrumpir sin sentido.

No son niños normales, son supervivientes. Cada uno en sí es una novela. Algunos vinieron huyendo de las guerras. Otros atravesaron desiertos. Los más cercanos lo tuvieron más fácil. Todos dejaron atrás a sus familias. Y nos unen sus ansias de aprender y mis ganas de enseñar. Es un binomio perfecto. Por eso me duele que se generalice cuando se habla de niños menores extranjeros… Estos niños, mis niños, no son como dicen. Estos no… Por eso me siento orgulloso de pertenecer a un país que invierte parte de su presupuesto en dotar de enseñanza a estos niños. El drama viene cuando cumplen la mayoría de edad. Pasan de tener todas las necesidades cubiertas a verse obligados a irse a trabajar a cualquier sitio. Con suerte, quizá, un buen lugar. Pero su vulnerabilidad les hace presa fácil para los empresarios sin escrúpulos. 

Y yo, su maestro, solo pido que les respetéis. Que cuando os los encontréis, a ellos o a otros como a ellos, y les miréis, veáis todo el trabajo que hay detrás, de profesionales como yo o los trabajadores del centro. Y si veis en las noticias que hay menores extranjeros que cometen un delito, también los hay mayores, y también españoles, de todas las regiones y ciudades. Y no por eso hay que generalizar. Cada caso conviene ser juzgado con independencia de la procedencia. Pero a mis niños no los metáis en el mismo saco. Por mis niños respondo yo.

Publicado en thejournalist.es